Un relato ya escrito
Amo tus cuatro segundos, mi niña, y que sean de tu posesión usufructuaria no es razón suficiente para que llegues a comprenderme. Pongo el ejemplo de hoy por resultarnos circunciso a nuestra memoria, cuando, después de trotar en la extraña aguanieve vienesa, me explicaste, como si nada, una emoción, afluente de una representación de amor gerontófila. Al terminar, me la mostraste con suma sensibilidad, carente de bochorno, con tus manos sobre el pecho compungido y bajo un silencio ya contado, para que yo te saborease enamorado, deseando un poco más.