Aforo limitado
Estoy cansado de mirar por esa ventana cuando practico una función tan chabacana, y común, como es la de orinar. Pero es que no puedo hacer otra cosa, mirar a las paredes me aburre, y en mi letrina abundan paredes inexpresivas y azulejos filisteos con los que soy incapaz de convivir en paz; mirar al water y comprobar el recorrido angustioso del líquido me parece una pérdida de tiempo, además de un acto humillante para con el pis.
Lo más frustrante de todo es que desde esa ventana, que ya he mencionado, pero que aún no he descrito (además de pequeña es anodinamente rectangular), sólo puedo vislumbrar una pequeña porción de pared blanca, propiedad del edificio contiguo. Aún así, miro a través de ella siempre que puedo, porque, intentando mirar más allá del ruido silbante y estereotipado de un lavabo ocupado por mi presencia, siempre consigo pensar mucho mejor en los rituales que me complacen fuera del baño.
Hace un rato, por ejemplo, en el baño colgado sobre esa ventana, me pregunté el porqué de mi dejadez a la hora de comer las naranjas que me regaló ese hombre hace un tiempo. Os relato: las saco de la bolsa, las cuento, decido que son el número exacto y perfecto para ese instante y después las vuelvo a meter en la bolsa, no sé por qué lo hago. 26.
Muchas veces, por las noches sobre todo, cuando la falta de luz no me permite ver paredes blancas, salgo en pantuflas de mi piso compartido, buscando en un baño público, desesperadamente, compañía para ese momento, deseando encontrar a alguien que me permita mirar de reojo a la fantasía pueril de imaginarme la vida y milagros de un completo desconocido. Es un sustitutivo efectivo.
Presente de indicativo. Como os comenté antes, llego a mi casa a las seis de la mañana después de ir a la discoteca de la esquina, únicamente para mear y para tomarme algo que vaya preparando mi próxima exploración de la ventana; de repente, me acuerdo de que me comí hace 26 minutos, casi sin darme cuenta, un número exacto para un matemático paranoico. Ahora son 25, o eso creo…, las voy a contar otra vez por si acaso…, pero, antes de dedicar dos minutos de mi vida a enumerar naranjas, antes voy a ir al baño, que ya está amaneciendo. Hay épocas en la que las noches sin luz se hacen demasiado largas.
Lo más frustrante de todo es que desde esa ventana, que ya he mencionado, pero que aún no he descrito (además de pequeña es anodinamente rectangular), sólo puedo vislumbrar una pequeña porción de pared blanca, propiedad del edificio contiguo. Aún así, miro a través de ella siempre que puedo, porque, intentando mirar más allá del ruido silbante y estereotipado de un lavabo ocupado por mi presencia, siempre consigo pensar mucho mejor en los rituales que me complacen fuera del baño.
Hace un rato, por ejemplo, en el baño colgado sobre esa ventana, me pregunté el porqué de mi dejadez a la hora de comer las naranjas que me regaló ese hombre hace un tiempo. Os relato: las saco de la bolsa, las cuento, decido que son el número exacto y perfecto para ese instante y después las vuelvo a meter en la bolsa, no sé por qué lo hago. 26.
Muchas veces, por las noches sobre todo, cuando la falta de luz no me permite ver paredes blancas, salgo en pantuflas de mi piso compartido, buscando en un baño público, desesperadamente, compañía para ese momento, deseando encontrar a alguien que me permita mirar de reojo a la fantasía pueril de imaginarme la vida y milagros de un completo desconocido. Es un sustitutivo efectivo.
Presente de indicativo. Como os comenté antes, llego a mi casa a las seis de la mañana después de ir a la discoteca de la esquina, únicamente para mear y para tomarme algo que vaya preparando mi próxima exploración de la ventana; de repente, me acuerdo de que me comí hace 26 minutos, casi sin darme cuenta, un número exacto para un matemático paranoico. Ahora son 25, o eso creo…, las voy a contar otra vez por si acaso…, pero, antes de dedicar dos minutos de mi vida a enumerar naranjas, antes voy a ir al baño, que ya está amaneciendo. Hay épocas en la que las noches sin luz se hacen demasiado largas.