Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”
miércoles, septiembre 02, 2009
Las nueve revelaciones (al amor)
1ª) No le subestimes.
2ª) No le sobrestimes
3ª) No le delimites.
4ª) No le extralimites.
5ª) No le engañes.
6ª) No lo reveles.
7ª) No le rebeles.
8ª) No le calumnies.
9ª) No le temas.
Hace un par de días me recomendaron un libro de Eckart Tolle titulado "El poder del ahora", interesado ante el hallazgo, busqué información sobre el autor y su obra. Tuve que pensar un par de minutos para encontrar en mi memoria aquel título de aquel libro de aquel momento, hasta que me acordé. Me encanta que una cosa lleve a la otra y la otra acerque un poco a la que estaba un poco más allá y así hasta el infinitivo.
Las nueve revelaciones que aquí sugiero, pese a su simpleza aparente, me turban sobremanera, porque las observo y recuerdo lo aprendido.
Las últimas dos horas (dos entradas en un día, buff)
No sonó música, aunque me dediqué a leer mis escritos de este blog, prestando mayor atención a los más antiguos. Por alguna razón que no acabo de comprender, cuando empecé a escribir aquí, yo era lo más parecido a una cursi loca poetisa del siglo XVIII. No sé qué coño me pasó, y qué cojones tenía entre mis dedos, pero, sin duda, era algo imposible de expresar sin estallar en hipérboles hipersensitivas que, hoy por hoy, casi me hacen ruborizarme por la vergüenza. En sólo tres años creo que he mejorado sobremanera formalmente (no me refiero a aspectos ortolingüísticos ¿existe esta palabra?), sino en la manera de narrar, menos rimbombante y mucho más expresiva en la sugerencia. Espero seguir mejorando o, mejor dicho, evolucionando, puesto que esto significaría que tengo algún futuro en esto de las letras. No paro de encontrarme coetáneos que, en su calidad, siguen estancados en un estilo que les somete y nos aburre.
Cualquiera que me conociese antes de mi periplo posttinerfeño, siempre y cuando hubiese compartido una mínima intimidad conmigo, conoce mi inmenso amor por la música en todas sus variantes. Durante años iba de acá para allá con una lardosa listilla verde que, a falta de ordenador, me facilitaba el orden y concierto de mis cds. Allí cabía todo, desde el death metal al Folk pasando por la electrónica, el rock o el rap, hasta llegar, incluso, a Camilo Sesto.
La usaba (el pasado suena triste) no sólo como método de abstracción, ni tan siquiera como método de admiración artística, sino, más bien, como método para canalizar la inmensa energía que tengo (¿tenía?) en bailes gimnásticos o en carreras en el puto infierno (o sea, el río Miño de Lugo, de camino hacia la depuradora).
Los últimos dos años sucedió algo extraño, incomprensible quizá, ilógico puede, curioso siempre. Lo que acaeció se puede describir con pocas palablas: la llegada del silencio más absoluto, ¿en el vacío quizá? Uno empieza decidiendo, tácitamente, eso sí, que tal o cuál costumbre puede prescindir de Muse, los Chemical o Luca Turulli. El día pasa y te descubres pasando el tiempo con el zumbido del disco duro, mientras lees, escuchas, debates, hablas, callas o recibes millones de estímulos, todos silentes en la melodía, vagos en emotividad. La sorda rutina musical provoca tal estupefacción que casi me cuesta explicarla. Simplemente así pasó. El último año y medio escuché, sin mayor consideración, algunas canciones, que reproducía con asiduidad (incluso con cierta obsesión), como intentando matar el gusanillo apático. (Aquí os lo muestro en un imagen reciente) Sin duda es una contradicción pusilánime esta vida que tengo, algo absurda y extravagante, no merece ser contada pero para algo la cuento, aunque quizá ni yo conozca mis propias motivaciones. Desde que comencé este post me estoy refiriendo, directa o indirectamente, al subconsciente, todo trata sobre esto en nuestra vida, aunque sea yermo de por sí. Él es nuestro máximo enemigo, el incontrolable, ni de soslayo podríamos evitarlo. Le tengo un miedo atroz porque es lo único que me separa de la libertad absoluta, ya que su audiencia ha acabado con la música, y ni siquiera se ha molestado en decirme por qué ha matado, de un día para otro, parte de mi vida sensible.
Sin duda, este es el texto que más me angustia de cuántos haya escrito, porque reconozco en él la división más absoluta entre el ser humano y la responsabilidad de sus actos. No somos más que un mero adminículo ejecutor del subconsciente y la realidad que le rodea. Somos nada, pues sí, señoría, yo no quería.
Y dícese que la radio suena y que el cielo descansa... Y dícese que mi boda se retrasa y que la nube puntúa, como siempre, las íes... Y dícese que te leo y que te deseo en tu rutina... Y dícese que se dice que te dije que le digo. Y yo sigo aquí, perdí a prácticamente todos mis lectores y, si os soy sincero, ellos también me han perdido a mí. Y hoy bailé, reí y disfruté, pero ni se dice hoy ni mañana, ya que os lo cuento hoy aquí, que es lo mismo que decir nada.
Madre, ya hace años que no te escribo. Desde que perdí la visión en conjunto, global, de lo que, comúnmente, denominamos perspectiva, no he vuelto a ser el mismo. Quizá haya una relación entre eso que parece una consecuencia y el proceso disoluto por el que te estoy relatando. Esgrimo este argumento desde el utensilio. Bien podría haber sido cualquier tubo catódico, pero es este.
Me he reconvertido en una sombra de mí mismo, o, siendo más precisos, un simple baremo que me sirve como guía para encontrar el norte o perderlo, según como transcurran las circunstancias. Sé lo que soy, puesto que la memoria aún no ha sido afectada, pero las líneas aparecieron desdibujadas estas mañanas y me vi con pie y medio descompuesto tras el carboncillo. Una pesadilla torpe y patizamba que corre y avanza, se esfuerza y frota las líneas temporales hasta despedazar el tiempo y transportarme al presente, llámalo talento o quizás frustración, llámalo atemporalidad mejor.
Sí, aciertas, no te lo voy a negar, todo está relacionado con la vaguedad del instante (te permito tres centésimas para que disfrutes de la palabra más bonita que hoy va a traspasar tu experiencia sensible. Todo acaba). El mundo ha perdido peso a mi alrededor convirtiendo al techo en una moldura abarcable y curvilínea, sobre todo al notarlo tan cercano como asumible. Todo me sabe a poco en este reventar.
La amo y de aquí no me muevo, pero el coronel ya no tiene quien le escriba y yo sigo con mi exhaustivo conocimiento de los premios Nobel. ¿Para qué coño sirve esto?, me pregunto.
_Oye, cariño, desde que ambos trabajamos a jornada completa cagamos más, bueno…, o eso creo. _ ¡Anda ya! No me seas desagradable a la hora de la comida_ dijo X, estropeando su belleza, momentáneamente, con una mueca de desagrado. _Ya, ya, pero es que he notado una disminución sustancial del papel higiénico durante el último mes, lo que me produjo una impresión que me resultó, ciertamente, paradójica.
(Diez minutos después)
Y lo debía decir y por eso lo dije. Era importante, quizá no esencial, pero tenía que verbalizar dicho descubrimiento, puesto que hasta el detalle más ínfimo, posee un significado. Verdad irrevocable, como la del Scotex.
Te voy a dar una exclusiva,existe “El país de los monstruos”, más conocido como “Monsterland”. Hace un par de siglos fue colonizado, con gran tesón y esfuerzo, por una tribu llamada “los Monstruos emprendedores”, librando una lucha feroz, durante seis años y tres días, con lo consuetudinario, de la que resultaron felices vencedores.
Sé esto porque estuve allí hace un tiempo bajo actividades turísticas. Es un sitio bello y diminuto, perdido entre las montañas, el océano y el más vasto de los desiertos. Los lugareños y visitantes admiran su prototipo de beldad como si sólo hubiese sido este inventado, es admirable e indescriptible. Único e imperecedero.
Los viejos del lugar me comentaron que, a lo largo de su propia historia, las princesas de la zona fueron vapuleadas y marginadas por partes iguales. En el territorio Monster no encontraban marido ni pagando, puesto que ningún monster era capaz de valorar su hermosura. Se sentían solas, humilladas, vacías e inservibles. Estaban condenadas a la soledad infinita, a la infelicidad perenne.
Ellas, como es lógico, cuando se enamoraban de algún monstruo (suceso que ocurría con cierta frecuencia), siempre fueron no correspondidas. Como mucho, los inconscientes monstruos las usaban un par de noches, les daban esperanzas, dos polvos y un hasta luego. A día de hoy, no se conoce caso de algún monstruo que se hubiera enamorado de ellas.
Esta situación amargaba sobremanera a las princesas, se rasgaban las vestiduras y lloraban sin parar día y noche al canto de los lobos. Para evitar la tristeza, las princesas escogieron dos caminos:
-Algunas tuvieron que emigrar a tierras más propicias para el amor.
-Otras mutaron genéticamente su sentido del gusto gracias a pociones mágicas de morfología oculta. Los trastornos físicos valían la pena, ya que consiguieron evitar volver a enamorarse de los bellos monstruos de Monsterland.
Con el transcurrir del tiempo, llegó la globalización. El mundo giraba más rápido que nunca. Nuestras sociedades se transformaron con la ingeniería civil más compleja que jamás hubiera existido. Los monstruos, por su vigor, valentía y espíritu aventurero, decidieron ver mundo y, con el afán de experimentar, abandonaron su patria querida para aposentarse en distintos puntos del planeta.
Por ser minoría, los monstruos se encontraron con el mismo problema que otrora las princesitas. Buscando el calor, se enamoraban de bellas princesas que nunca les correspondían. Perdían la cabeza hasta volverse locos, la vida no tenía sentido para ellos y la muerte auguraba únicos caminos. Los estúpidos monstruitos no se dieron cuenta de dos asuntos:
-No hay ser más bello en el planeta que el que tiene la capacidad para amar el inmenso, sincero y bienaventurado amor que profesa un corazón roto.
-Producto de la mutación genética autoimpuesta, las princesas son incapaces de amar a los monstruos. Nunca serán capaces de amarles, tampoco en el futuro, y esto es algo de lo que deben darse cuenta los bellos monstruitos para poder salir adelante y buscar en otros “descosíos” a bellas, geniales y maravillosas monstruitas. Las hay y a puñados. Lo juro.