Sobre la velocidad límite y otras lindezas

No les digo por donde saqué a la abuelita porque seguro que no reeditarán el cuento, aunque la permutación resulte crucial para contemplar mis cavilaciones respecto al relato. A un suspiro del balcón, según le agarraba del moño y tras notar la punzada de las orquillas en mis dedos, percibía que su caída iba a ser un ejemplo brillante de giro lingüístico, que trazaría el lazo exquisito que necesitaba mi drama romántico, donde el imprudente escritor se venga del final manido. Ella, mi abuelita, representada entre sinalefas y frases de veinticinco palabras, merecía una salida memorable del encuadre desde el quinto, mientras yo exponía, con lógica urgencia, los efectos de la gravedad sobre una manzana cualquiera.