Entre las piedras del sendero

En nuestro caminar juntos imitamos al ritmo que se contonea de aquella pequeña serpiente, aquella que conocimos poco tiempo atrás mientras comenzábamos a pisar el sendero bajo la oscuridad de la primera noche que hicimos nuestra, en dónde nuestros labios y nuestras lenguas se entrelazan, contando uno sin voz, en el reflejo de la víbora.

Y nos acercamos temerosos, te miro impaciente, me miras asustada e ilusionada, y expectante…y excitada… me doy cuenta del flujo de emociones que recorre tu vida y cuento hasta dos, pero en voz baja, te susurro, mirando al cielo y escuchando a tu oído, el deseo.

Y yacemos tumbados en el sendero terregoso, en una copia constante del único ser vivo presente aquella nuestra noche en mi vida y en tu vida. Nuestra ropa deja de ser nuestra, ocupando un pequeño espacio del camino, dejando un gran espacio a nuestra necesidad de ver sólo como nuestra piel limpia recoge del camino algo más que tierra.

¡Y grito tres jadeante! Y poco después tú gritas cuatro hecha un nervio, arrepentida después de la excitación, de no haber contado “un” preservativo entre la tierra removida, la excitación, la serpiente y nuestros cuerpos desnudos.